¿POR QUÉ PARÍS?

París es nuestra meta

París es nuestra meta

Si la poesía liberada tuviera capitales, su capital indiscutible sería París y Rubén Darío su Simón Bolívar. M.R.M

Son muchas las razones porque escoger a París para celebrar los 130 años de haber sido publicado Azul de Rubén Darío, es cierto que la obra apareció en Santiago de Chile el 30 de julio de 1888, pero nadie puede desconocer lo que significó esta ciudad y la cultura francesa para la obra de este poeta, es ahí donde queremos recavar y que sea a la vez un nuevo reconocimiento de lo que ha sido dicha ciudad para la cultura universal y la poesía.

Aporto aquí algunas reflexiones que motivaron la convocatoria de hace 6 años para el homenaje que le hicimos a Darío:

DARIO REFUNDA A PARÍS

“El poeta se ha hecho bohemio, y hoy vive en la vieja Lutecia, en ese París que aspira a ser el cerebro del mundo porque es su corazón. Ahí está le reconozco a pesar de su metamorfosis”. Eduardo de la Barrera.

En 1893 Félix Rubén García Darío Sarmiento Darío – Rubén Darío – llega a París de la mano de Enrique Gómez Carrillo, para reafirmar su condición de líder y fundador del modernismo y que su escuela es la más grande acción renovadora de la poesía en el contexto mundial. Ya había salido Azul (1888) y a propósito ha dicho en el prólogo Juan Valera: “Extraordinaria ha sido mi sorpresa cuando he sabido que usted según me aseguran sujetos bien informados, no ha salido de Nicaragua sino para ir a Chile, en donde reside desde hace dos años, a lo más.¿Cómo sin el influjo del medio ambiente, ha podido usted asimilar todos los elementos del espíritu francés, si bien conservando española la forma que aúna y organiza estos elementos, convirtiéndolo en sustancia propia?”

“Leidas las paginas de Azul…lo primero que se nota es que está usted saturado de toda la más flamente literatura francesa. Hugo, Lamartine, Musset, Baudelaire, Leconte de Lisle, Gautier, Bourget, Sully Proudhomme, Daudet, Zola, Barbey d´ Aurevilly, Catulo Mendes, Rollinat,Goncourt, Flaubert y todos los demás poetas y novelistas han sido por usted bien estudiados y mejor comprendidos. Y usted no imita a ninguno: ni es usted romántico ni naturalista, ni neurótico, ni decadente, ni simbólico, ni parnasiano. Usted lo ha revuelto todo lo ha puesto a cocer en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una rara quinta esencia.”

En 1893 Rubén Darío inició sus ejercicios de necrología en el periódico La Nación de Buenos Aires, por donde discurrirían los perfiles de hombres destacados de las letras y el pensamiento a la hora de morir. En París fue a conocer a Paúl Verlaine quien le había deslumbrado y se constituiría en una de sus figuras cimeras y quien debería ser el poeta más renovador de la lengua francesa. Verlaine estaba en un hospital en una de sus tantas caidas hacia la muerte. En 1884 había publicado su manifiesto en un ensayo denominado “Los Poetas Malditos”, sobre seis poetas donde él es uno llamándose Pobre Lelian. Le acompañan: Tristian Corbiere, Arthur Rimbaud, Stephane Mallarme, Marceline Desbordes-Valmore, y Villiers de L´isie Adam.

Tres años después de este encuentro Verlaiene moriría. En la necrología que redacta Darío entre otras cosas dice: “ Verlaine fue un hijo desdichado de Adán, en el que la herencia paterna apareció con mayor fuerza que en los demás. De los tres enemigos, quien menos mal le hizo fue el mundo. El demonio le atacaba; se defendía de él, como podía, con el escudo de la plegaria. La carne sí, fe invencible e implacable. Raras veces ha mordido cerebro humano con mas furia y ponzoña la serpiente del sexo, su cuerpo era la lira del pecado. Era un eterno prisionero del deseo. Al andar hubiera podido buscarse en su huella lo hendido del pie. Se extraña uno no ver sobre su frente los dos cuernecillos, puesto que en sus ojos podían verse pasar aun las visiones de la blancas ninfas, y en sus labios, antiguos conocidos de la flauta, solía aparecer el rictus del egipán. Como el sátiro de Hugo, hubiera dicho a la desnuda Venus, en el resplandor del monte sagrado: “¡Viena Nous en…! Y ese carnal pagano aumentaba su lujuria primitiva y natural a medida que acrecía su concepción catolica de la culpa”.

He aquí una muestra de la distancia que toma Darío de Verlaine, en una crítica apasionada y parcial, cuestión que se puede apreciar mejor en el conjunto de la obra Los Raros de su autoría, que precisamente salió en ese año que muere Verlaine (1896), recogiendo veintiuna crónicas o perfiles que habían sido publicadas en La Nación de Buenos Aires, entre las cuales se destacan quince de autores en lengua francesa y solo dos cubanos, son de lengua española (José Martí y Augusto De Armas), constituyendo la médula del libro una valoración del simbolismo francés . Todos los reseñados son rebeldes, subversivos, inadaptados, que se apartaban de los modelos tradicionales.En ese inventario de voces que debería llevarnos a un aire fresco para la poseía y el lenguaje, Darío muestra sus cualidades de lo que debe ser una crítica de nuevo tipo.

Rubén Darío llega a París con muchos sueños, como la ciudad que le permitiría ejercer su visión del papel del poeta en la sociedad, pero poco a poco entre idas y venidas, con los años la ilusión se va desvaneciendo, como lo manifiesta en algunas de sus crónicas: “Llegue a París con todas las ilusiones, con todos los entusiasmos. Mi deseo era poder oír de cerca la palabra de los maestros, intimar con los nuevos escritores, aprender, sentir al lado de ellos el fuego secreto, la misteriosa llama que hace pensar y realizar tan bellas cosas. Recibir lecciones de consagración, de fidelidad a un ideal, a un alto objeto moral, a un culto artístico y humano. Desde lejos, el miraje era ciertamente encantador. Llegué, vi, quedé desconcertado. El arte, la literatura ha sufrido la esclavitud de todas las demás disciplinas: el industrialismo. El objeto principal, si no el único, es ganar dinero, mas dinero, todo el dinero que se pueda.”

En 1904 su desencanto es más grande: “Un soplo de ultra modernismo y de americanismo del norte de yanquísmo ha invadido el sacro recinto que antes protegían el orgulloso Panteón y la venerable Sorbona”. En su poesía se hace vivo como en su epístola a la señora de Lugones :

“Y me volví a París. Me volví al enemigo
Terrible, centro de la neurosis ombligo
De la locura, foco de todo surmenage
Donde hago buenamente mi papel de sauvage
Encerrado en mi celda de rue Marivaux,
Confiando sólo en mí y resguardando el yo.
¡Y si lo resguardara señora, si no fuera
Lo que llaman los parisienses una pera!
A mi rincón me llegan a buscar las intrigas,
Las pequeñas miserias, las traiciones amigas,
Y las ingratitudes. Mi maldita visión
Sentimental del mundo me aprieta el corazón.
Y así cualquier tunante me explotará a su gusto.
Soy así. Se me puede burlar con calma. Es justo.
Por eso los astutos, los listos, dicen que
No conozco el valor del dinero !Lo sé!
Que ando nefelibata, por las nubes… entiendo.
Que no soy hombre práctico en la vida….¡ Estupendo!
Sí, lo confieso: soy inútil. No trabajo”.

Los Raros constituye para la vida literaria de París un hecho incomparable, ya que desde el presente Darío aborda una de las expresiones más avanzadas de la poesía francesa – el simbolismo- a través de sus artífices, con la solidaridad y la pasión del artista que hace causa común con sus hermanos que una sociedad injusta los desconoce, llevándolos a veces a la más cruel de las degradaciones humanas.

París es la capital de fines del siglo XIX, de una Francia que ha sido cuna de muchos movimientos intelectuales y literarios, y con el amplio movimiento de Darío y su obra Los Raros adquiere una nueva trascendencia la cual nos la dice el profesor peruano Jorge Ortega: “París en Los Raros ha dejado de ser meca final y se ha convertido en nostalgia latinoamericana desmentida por el monologo francés. Los Raros son un París extranjero, el documento fundador de otra ciudad abierta por el foro literario”

Darío siempre sostuvo que los cambios en la literatura francesa llegaban casi siempre desde otras lenguas y hoy ese inventario estamos obligados a hacerlo, siendo más rigurosos en cuanto al estudio del aporte de América, recordemos que el parnasianismo tuvo en el cubano José María de Heredia uno de sus gestores, el peruano Roca Vergalo, fue precursor del simbolismo y unos de los iniciadores del verso libre , y en los tiempos modernos está por establecer la profunda incidencia de Darío en relación con las vanguardias.

Al leer Los Raros y otras creaciones de Darío, de fines de siglos XIX comprendo que su obra en gran parte desarrolló lo que los manifiestos de las vanguardias proclamaban.

Un caso para mencionar es el llamado futurismo, cuyo primer manifiesto data del año 1905, que hizo de la modernidad y el maquinismo un mito, donde el futuro murió en un presente absoluto. Darío que dialogaba en el presente con los simbolistas franceses, con los poetas de América y España, buscando la novedad sin apostar a la eternidad, escribe para el futuro, como cuando traza el perfil de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, siendo ellos unos iniciados, haciendo un ejercicio de clarividencia que resultó preciso, o cuando anuncia en una de sus crónicas: “Por el lado del norte está el peligro. Por el lado del norte es por donde anida el águila hostil. Desconfiemos, hermanos de América, desconfiamos de esos hombres de ojos azules que no nos hablan sino cuando tienen la trampa puesta. El país monstruoso y babilónico no nos quiere bien”.

Al hablar en Los Raros en el caso del dramaturgo noruego Ibsen pinta su manifiesto de época, de gran humanismo y espiritualidad: “El comprendió el duro mecanismo: y el peligro de tanta rueda dentada: y el error de la dirección de la máquina: y la perfidia de los capataces y la universal degradación de la especie…oyó la voz de los pueblos. Su espíritu salió de su restringido círculo nacional: cantó las luchas extranjeras…sus compatriotas no lo conocieron: hubo para él eso sí, piedras, sátira, envidia, egoísmo, estupidez: su patria, como todas las patrias, fue una espesa comadre que dio de escobazos a su profeta”.

Con este breve balance final no me queda duda de que Rubén Darío practicó otra forma de futurismo, otra forma de vanguardia, con una poesía y una literatura moderna, donde siempre buscó la novedad sin condenar el pasado y asomándose al futuro. Contra el fracaso del futurismo, la moderna poesía y literatura de Darío se convierte en humanismo de actualidad, lo cual nos llama a mirar mucho más allá de su recorrido con el fin de alimentar las nuevas tendencias de la poesía y la literatura latinoamericana.

Mario Ramón Mendoza